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- ¿No tienes miedo?
- ¿Del viejo Ygor? No.
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- Yo digo que no.
- ¡Basta!
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Se le recibirá según lo acordado.
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Amigos, en su lecho de muerte,
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el viejo barón Frankenstein
me dio esta caja de papeles...
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para que se la entregara a su hijo,
y eso haré.
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- Ya estamos hartos de ese apellido.
- Sí.
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Hubo una época en la que nuestro pueblo
era próspero y feliz. Fíjense ahora.
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Abandonado, desolado,
evitado por todos los viajeros, ¿y por qué?
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Por culpa de los Frankenstein.
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Vivimos a la oscura sombra
de esa casa maldita de la colina...
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que sólo ese loco de Ygor
con su cuello roto se atreve a habitar.
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Y ahora vamos a ir a la estación de trenes
a recibir a otro Frankenstein.
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Éste es seguramente
tan malo como su padre,
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que creó un monstruo
a imagen y semejanza del diablo.
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Lo llevan en la sangre.
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Hemos dicho esto mismo mil veces
y no nos lleva a ningún sitio.
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Buen discurso, Herr Inspector.
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Pero el barón Frankenstein llega esta noche
para reclamar su herencia.
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- ¿Y luego qué?
- Eso, ¿qué?
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Es cierto, pero no encontrará amigos aquí.
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Sólo puertas cerradas a cal y canto
y ventanas sin luz,
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corazones herméticos y odio enconado.
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Que eso forme parte también
de la herencia de los Frankenstein.
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Vamos, caballeros.
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Ya casi estamos, cariño.
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Qué bien. Así veré a Amelia.
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Eso es. Amelia estará esperándote
y contentísima de verte.