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No quiero a tu marido.
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¡Encima se ríe a mis espaldas!
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Perdona, Delfina, en tu cara.
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¡Siempre cuchicheando!
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Por eso iba a su despacho todos
los días. ¡Y él escribiéndole cartas!
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- Es un demonio.
- No sabéis...
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...de lo que habláis.
- ¡No discutas!
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Si Delfina dice que es un demonio,
es que lo es.
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- Están locos, María, los dos.
- Estoy loco, Eduardo.
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Es un mundo de locos en el que
mi mejor amigo y mi esposa...
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Eduardo, debemos confesar.
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¿La habéis oído?
Quiere confesar.
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No vamos a confesar nada.
Y menos aquí y ahora.
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- Debéis tener paciencia.
- ¿Que debo tener paciencia?
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Guarda la pistola.
Se puede disparar.
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Bueno, yo puedo explicarlo todo.
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El Sr. Acuña no escribía esta carta
a María Castro.
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Se la escribía a María,
su hija, de mi parte.
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- Era una tarjeta de despedida.
- ¿De tu parte?
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ÉI escribió todas las tarjetas y
mandó todas las orquídeas.
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No entiendo nada.
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Decidió que María
debía tener un pretendiente secreto...
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¿Es eso verdad, Eduardo?
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Fuiste muy considerado, papá.
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Pero, ¿cómo te involucraste
tú en esto?
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Cuando traje las orquídeas, María,
sacaste tus propias conclusiones.
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Así que tu padre tuvo que pedirme
que hiciera ver que era tu admirador.
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Bueno, ¿y cómo aceptaste someterte
a tal sacrificio?
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La verdad es que quería ese contrato...
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Y así es como papá te pagó
por ser atento conmigo.
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- En cierto modo, pero luego...
- Te cansaste de eso.
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Te involucraste demasiado.
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Y papá escribió una carta de
despedida que pudieras mandar.
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Te pido disculpas por las molestias
que esto te ha ocasionado, tía María.
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En parte fue culpa mía.
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Sabia que tu padre
escribía esas cartas.
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¡Vaya! Resulta que
todo el mundo lo sabia.