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¿Dónde has estado?
Nadie te ha visto en varios días.
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He tenido una experiencia fascinante.
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Paseaba por el Sena...
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e intentaba contar hasta mil
de un puente al otro.
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Si me pasaba de mil, daba
la vuelta y contaba más despacio.
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Subiendo las escaleras me dije...
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"Si llego al descansillo
con el pie izquierdo, he perdido"
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Por suerte, llegué con el derecho.
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¿Y qué te empuja a hacer
esa clase de ejercicios?
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La desesperación.
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¿La desesperación?
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Tengo que decírtelo aunque te hiera.
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Estoy enfermo. No puedo estar sin ella.
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Me las arreglé para verla otra vez.
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- ¿A quién?
- A la chica del bosque de Bolonia.
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Descubrí su retiro, gracias a ti.
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- ¿A mí? ¿Yo te di la dirección?
- Tú no. Tu boca.
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A veces nuestra mente deja
resbalar las palabras por la boca.
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-Se le llama meter la pata.
- Si metí la pata, lo lamento.
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- Tienes que hacerme un favor.
- ¿Cuál?
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Las damas de la plaza me rehuyen.
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Nunca salen,
y no reciben a nadie.
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Hélène, esa chica es maravillosa.
Debo verla otra vez.
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Tienes que darme esta oportunidad.
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Lo pensaré, con una condición:
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Tienes que dejar de acosarla
con tus insinuaciones.
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Me estás causando problemas.
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Se han quejado, me han escrito.
Si quieres pruebas...
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aquí está la carta.
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Es de Agnès. Léela.
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Su letra es como ella...
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sin pretensión, infantil y noble.
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Es como el zapato de Cenicienta.
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Si encontrase una carta así
en la calle,
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intentaría encontrar
a la chica que la hubiera escrito.
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¿Eso es la única reacción
que te produce esta carta?
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Les dejaré en paz, lo prometo.