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- Regresarán.
- No esperaré.
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- ¡Desenganchen un caballo!
- Que sean dos.
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Le recuerdo, mi querido de Chandre,
que va rumbo a su matrimonio.
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Hecho que no me entusiasma...
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y menos con una desconocida.
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Sí, quizás sea grandota,
gorda, fofa...
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Sumamente atractiva.
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- ¡Cállese!
- Sí, señor.
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¿Me permite recordarle
que soy responsable...
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de que se lleve a cabo la boda?
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Le aseguro
que no está en mis planes fracasar.
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Apuesto, ¿no?
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La princesa de España
no le sonríe a extraños.
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- Y menos a un plebeyo.
- Ni a plebeyos ni a nobles.
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Los que desean evitar su boda
están desesperados...
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y nada los detendrá.
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Continuaremos sin ver a nadie
ni hablar con nadie.
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¡La muchacha! ¡Las atacan!
¡Vamos tras ellos!
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¡Piense!
No podemos correr riesgos.
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- Sí. Nada de riesgos.
- ¿Le hablas de riesgos a de Chandre?
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- Sí, ¿qué le pasa?
- ¡Son seis!
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Sí, tres para cada uno.
¡Rápido!
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- 6 ó 600. ¿Qué importa?
- Sí, ¿qué importa?
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- ¡Vaya a ayudarlo!
- ¿Quién? ¿ Yo?
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Sí, usted. Es un hombre.
Tiene sangre en las venas.
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Sí, pero se derrama fácilmente.
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- ¡Vaya a ayudarlo!
- Intervendré más tarde.
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- ¡Vaya!
- Hay que entrar en calor...
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- ¡Vaya!
- Está bien.