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- Es tentador, ¿no?
- Puedo verlo.
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Tú y yo solos
en una bonita cabaña.
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Sí, Mimí,
y quizás en uno o dos años...
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Haya un gurrumino
en el cuarto de los niños.
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Personalmente,
preferiría tener hijos.
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- Oh, Beaucaire.
- Mimí.
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- Quítate esa espada.
- No puedo.
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Debo lucir como el duque,
siempre con su fiel espada.
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¡En garde! Y cae su contrincante
y sus mujeres también.
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- Me pregunto cómo lo hará.
- Es sencillo.
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Hay que sostenerla así,
extenderla...
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- ¡En garde!
- Sí, así es.
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¡Ya verás, cabeza de chorlito!
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Mimí, ¿qué te pasa?
¡No te entusiasmes!
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Ahí tiene, Sr. Barbero. Aprenderá
a no hacer echar a gente de Francia.
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No comprendo.
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Ya comprenderás.
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Hola, muchachos.
¿Estamos en Noche de Brujas?
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Guarden los cubiertos.
El piso quedará resbaladizo.
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¡Pagarán por esto!
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Se equivocan de persona.
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No querrán derramar
sangre inocente, ¿no?
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Sí, creo que sí.
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- ¿Lo has visto?
- No, no está ahí.
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¡Se equivocaron de hombre,
muchachos!
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¿Dónde estaba?
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- Pues...
- Explíqueme después. No importa.
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No tema.
Podemos contra ellos.
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Empuñe la espada.
Dele a ese grande.
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¡Es una mariquita!
¡A él!
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- Bien hecho, querida mía.
- Gracias, general.
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En unos instantes,
nuestro valiente amigo ya no existirá.
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- ¿Asesinarlo? General, usted dijo...
- No seas ingenua, niña.
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- Un tonto duque más o menos...
- Pero, general, eso es...
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¡En guardia, rufianes!
¡En guardia otra vez!
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Están midiéndose
con un maestro.