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¡El rey Duncan!
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Cuando Duncan esté durmiendo,
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pues el fatigoso viaje que hizo hoy
ha de invitarle a un profundo sueño.
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Drogaré el vino de sus sirvientes.
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El rey Duncan es mi deudo,
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y ha sido tan humilde en el poder y
tan justo en el gobierno...
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que sus virtudes clamarían cual ángeles
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con voces de trompetas contra la
abominación de hacerlo desaparecer.
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Y la piedad, como un recién nacido que
galopa desnudo en la tormenta
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o como querubín del cielo que cabalga
los invisibles correos del aire,
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expondría este acto horrible a los ojos de
todos y las lágrimas sofocarían el viento.
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Que el arcángel san Miguel nos guarde
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de las astutas maquinaciones
del diablo.
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¡Oh, príncipe de la sagrada forma,
por tu divino poder...
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arroja al infierno a Satanás y
a los espíritus infernales,
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que vagan por el mundo
buscando la perdición de las almas!