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Dulce consejera mía.
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¡Brindo por nuestro amigo Banquo...
a quien echamos de menos!
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¡Ojalá estuviera aquí!
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¿Quién de vosotros lo ha hecho?
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¿Qué turba a vuestra majestad?
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Tú no puedes decir que he sido yo.
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¡No sacudas contra mí tu melena
ensangrentada!
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¡Caballeros de pie! Su
majestad está indispuesto.
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Sentaos, nobles amigos, a mi señor le ocurre
a menudo. Ha sido así desde su juventud.
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Mira, mira,
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¿qué dices?
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Ved esto, señores, como
algo habitual.
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No es otra cosa, aunque nos
enturbie la alegría del momento.
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¡Qué vergüenza! ¿Por qué hacéis
tales gestos?
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A fin de cuentas, no ves
más que un asiento.
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¡Atrás! ¡Aléjate de mi vista!
¡que la tierra te esconda!
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¡Tus huesos están vacíos y
tu sangre está fría!
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No tienes visión en esos ojos de ira
que me clavas.