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Newton, dicen, pensó en la gravedad
cuando una manzana le cayó en la cabeza.
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Y el inventor de la máquina de vapor
estaba observando una tetera.
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Pero no yo. La gran idea
se me ocurrió sentada en el sofá.
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La patada en el trasero a Margo.
Vive el cielo que estaba a punto de recibirla.
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De mí, de Lloyd, de Eve, Bill, Max y todos.
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Todos habíamos recibido
muchas veces las suyas.
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Pero, ¿cómo? La respuesta zumbaba
a mi alrededor como una mosca.
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La tenía.
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Pero la dejé escapar.
Gritar e insultar es una cosa,
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pero esto podría significar...
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¿Por qué no?
"¿Por qué no?", me pregunté.
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Todo parecería perfectamente legítimo.
Y sólo lo sabrían dos personas en el mundo.
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Además, la patada caería
donde haría el mayor bien para todos.
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Después de todo, no era más
que una broma inofensiva
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que la propia Margo sería
la primera en disfrutar.
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Y no hay razón por la que no pudiéramos
contárselo... en su momento.
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Hola. ¿Podría avisar a Eve Harrington?
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Claro que no. Esperaré.
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Fue un frío fin de semana, dentro y fuera.
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Bill no vino.
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Margo no sabía dónde estaba
y le daba igual... o eso decía.
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De algún modo, pasamos el domingo,
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y, para cuando Ilevamos a Margo
a la estación el lunes por la tarde,
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ella y Lloyd se habían relajado hasta
el punto de ser corteses el uno con el otro.
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- ¿Qué hora es?
- Lo acabas de preguntar. Eran las 5:42.
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Ahora son las 5:43.
Dentro de otro minuto serán...
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No quiero que Margo pierda el tren.
Ya va a Ilegar por los pelos al teatro.