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Mira, Casio,
la cólera nubla la frente de César.
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Se aleja consternado.
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Casca nos informará de lo sucedido.
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Calpurnia está pálida.
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Y los ojos de Cicerón parecen
furiosos y su semblante enojado,
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como cuando le contradicen
en el Capitolio.
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Casca nos contará lo sucedido.
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Antonio.
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Rodéame
de hombres gruesos y lustrosos,
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de los que duermen bien por la noche.
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Allí está
Casio con su semblante famélico.
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Piensa demasiado.
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- Hombres semejantes son peligrosos.
- No le temáis, no lo es.
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Le quisiera más grueso,
aunque no le temo.
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Si mi nombre estuviera
sujeto al temor,
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me guardaría
de los seres enjutos como él.
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Lee demasiado.
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Es un gran observador y comprende
las acciones de los hombres.
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No es amigo
de espectáculos como tú.
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Ni le interesa la música.
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No sonríe y, si lo hace,
parece desdeñar el humor
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que le hizo sonreír.
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Los hombres así no permiten
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que nadie llegue más alto que ellos.
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Y eso los hace muy peligrosos.
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No es que le tema,
puesto que yo no temo a nada.
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Yo soy César.
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Ponte a mi derecha,
no oigo por el oído derecho,
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y dime qué opinión te merece.