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Altísimo, grandísimo
y poderosísimo César.
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Metelo Cimbrio arroja
a vuestros pies su humilde corazón.
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Debo impedirlo.
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Tales cortesías pueden inflamar
la sangre de los hombres comunes.
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Y transformar las sentencias
en juegos de ni?os.
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César no lleva sangre
tan mezquina y rebelde
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que cambie de calidad
con lo que derrite a los tontos.
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Quiero decir dulces palabras,
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reverencias exageradas
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y viles adulaciones.
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Tu hermano está desterrado
por decreto.
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Si postrado a mis pies, ruegas
por él, te apartaré como a un perro.
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César no es injusto,
ni se da por satisfecho sin causa.
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¿No hay ninguna voz
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más digna que la mía para pedir
el retorno de mi hermano?
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Os beso la mano, César,
pero no por adulación
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sino para suplicaros que otorguéis
a Publio un indulto inmediato.
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¿Cómo? ¿Bruto?
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Perdón, César.
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También Casio se postra aquí
implorando la libertad de Publio.
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Si fuera como tú,
me dejaría mover.
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Si pudiera suplicar,
los ruegos me conmoverían.
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Pero soy constante
como la Estrella Polar.
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Por su fijeza no tiene rival
en el firmamento.
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Pintados están los cielos
de centellas resplandecientes.
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Y entre todas
sólo una mantiene su lugar.
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Así, en el mundo hay hombres
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y estos se componen
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de carne, sangre e inteligencia.
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Y sólo hay uno entre todos ellos
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que se mantiene en su rango
inconmovible a la presión.
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Ese soy yo,
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y así lo probaré.
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Firme he sido desterrándole
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y constante seré
al mantenerlo desterrado.
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- ¡César!
- ¿Pretendes levantar el Olimpo?
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- ¡Gran César!
- Bruto se arrodilla en vano.
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¡Hablen mis manos por mí!