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Y tu aspecto, esos hombros...
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Enseguida adivinamos quién eras.
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Siéntate, por favor,
a la sombra. El sol calienta.
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¿Por qué lo haces, Marcelo?
¿Por Roma?
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Sí.
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Y por mí mismo,
para recuperar la cordura.
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Justo dijo que estabas enfermo.
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- Puede ayudarte.
- No.
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- Lo crucificaron. Ése fue su fin.
- Ése fue el principio.
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Está con su Padre, pero nos dejó
su palabra y nos enseñó cómo utilizarla.
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No te confieses bruja.
Empeoraría las cosas.
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No era un brujo, Marcelo.
No hechizaba a nadie.
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Sólo nos pidió dos cosas: ''Amad a Dios'',
dijo, ''y amaos los unos a los otros''.
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No se refería sólo a los judíos, sino
a los romanos, griegos, esclavos y soldados,
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a los fuertes y a los débiles, a todos.
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Nos pidió que cimentáramos
nuestras vidas en el amor y en la caridad.
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- Para construir un nuevo mundo.
- Se construyen con la fuerza, no la caridad.
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El poder es lo único que cuenta.
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Quizá tengamos algo mejor que el poder.
Tenemos esperanza.
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Parece mentira que tú digas eso.
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¿Qué quieres decir, Marcelo?
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Dijiste que podía hacer milagros,
pero te dejó como te encontró.
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Yo también me lo preguntaba,
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hasta que la fe
me reveló la respuesta.
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Pudo haberme curado,
y sería normal que riera y cantara.
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Entonces entendí que había hecho
algo todavía mejor por mí.
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Me eligió para realizar su labor.
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Me dejó como estoy
para que otros como yo
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sepan que la desgracia no tiene
por qué privarlos de la alegría en su reino.