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Roma, ama y señora de la tierra,
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en el decimoctavo año
del emperador Tiberio.
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Las legiones montan guardia
en las fronteras de la civilización,
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desde las brumosas costas de los mares del
norte, hasta los antiguos ríos de Babilonia,
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los mejores guerreros de la historia.
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Pueblos de 30 naciones envían sus tributos:
su oro y sus sedas, su marfil y su incienso,
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y a sus hijos más orgullosos
para que sirvan como esclavos.
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Hemos llegado al punto en que hay
más esclavos en Roma que ciudadanos.
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Algunos dicen que sólo saqueamos
lo que otros han creado,
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que no creamos nada
nosotros mismos.
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Pero hemos creado dioses,
dioses y diosas magníficos,
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que hacen el amor
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y la guerra.
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Cazadoras
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y borrachos.
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Pero el poder no está en sus manos
de mármol, sino en las nuestras de carne.
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Nosotros, los nobles de Roma, vivimos sólo
para disfrutar de los placeres de la vida.
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¿Podría algún dios
ofrecernos algo mejor?
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Traficamos con almas humanas.
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El mercado de esclavos está repleto porque
el heredero del emperador, el joven Calígula,
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ha venido a comprar gladiadores.
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No creo que se alegre de verme.