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Pero no a su mujer.
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Nunca lo vi pedirle consejo, aunque ella
siempre estaba dispuesta a dárselo.
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- Me pregunto dónde irá.
- No lo sé.
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- ¿Y si no vuelve?
- Volverá, ha dejado todas sus cosas.
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- Deberíamos encender la luz.
- ¡Aún no!
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Enciéndela ahora,
no sé dónde se ha metido.
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Hoy me ha costado
concentrarme en el trabajo.
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- ¿Pensabas en Thorwald?
- Y en ti y en Doyle.
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- ¿Has vuelto a hablar con él?
- No.
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Iba a la estación a echar un vistazo
y aún debe de estar allí.
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¿Qué estás pensando?
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- No tiene sentido.
- ¿Qué?
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Las mujeres no son tan imprevisibles.
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No sé qué es lo que intentas decirme.
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Toda mujer tiene una bolso preferido
que siempre deja a los pies de la cama.
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De repente, se va de viaje
y no se lo lleva, ¿por qué?
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Quizá no sabía
que se iba de viaje.
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Claro,
sólo lo sabía su marido.
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Una mujer no guarda sus joyas
en el bolso donde se pueden estropear.
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- ¿Entre las ropas de su marido?
- No.
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Siempre las lleva con ella.
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A no ser que vaya al hospital,
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una mujer nunca sale de casa
sin maquillaje, perfume y joyas.
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- Esto es delicado.
- Es algo imprescindible.
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Nunca las guardarías
en tu bolso, en un cajón.
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Estoy de acuerdo,
pero Doyle tiene una explicación.