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Desde no desear más hijos a...
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Puede que suene ridículo
para alguien que no ha pasado por esto.
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Llega al extremo de no elegir él solo
un abrigo o un traje.
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No sé cómo pedirle disculpas, Sra. Elgin.
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Puede empezar
por no llamarme Sra. Elgin.
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- ¿Y no lo ha abandonado?
- Dos veces, pero volví las dos veces.
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Es como un niño indefenso.
¿Alguien coge un taxi a Nueva York?
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Si es tan indefenso como dice...
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Ahora ya no lo es. Le tiene a usted.
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Es la única que sabe manejarlo.
Yo no lo sabía.
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- Pues ya lo sabe.
- Hay que vigilar a ese hombre.
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¡Acepta el trabajo a bombo y platillo
y ahora no lo quiere!
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¿Que hay que vigilarlo? ¡Necesita
una enfermera, pero no voy a ser yo!
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Yo vuelvo a Nueva York
a un cuarto confortable y tranquilo.
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Y no me preguntaré dónde puede estar.
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¡Estará en las firmes manos
de Bernie Dodd!
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¿Puede hacer que se mantenga en pie?
Para eso eran mis plegarias.
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Para verlo mantenerse en pie por sí solo
aunque sólo fuera una hora.
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Claro que podría perdonarle.
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Si lo tiene en pie el tiempo suficiente
para que yo salga del hoyo.
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Lo único que quiero es un trabajo
para poder pagarme el azúcar del café.
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¡No entiende que una mujer
esté tan desesperada
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para querer vivir sola en un cuarto!
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- ¡Escúcheme!
- ¿Por qué me coge así?