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- ¡No puedes darme órdenes!
- ¡Claro que puedo!
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- ¿Crees que te pertenezco?
- Me perteneces. Eso es.
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Barney.
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Buenas noches, Marty.
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Siento haberme enfadado.
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Tenemos mucho de qué hablar,
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pero no de esta manera, no a gritos.
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No uses tu elegante tono
de Ziegfeld conmigo.
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¡Compórtate como si estuvieras
bailando por 10 centavos!
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Pero ya no lo hago, Marty.
Ésa es la cuestión.
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- Estoy donde quería estar.
- Y yo no soy lo bastante bueno.
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- ¡Yo no he dicho eso!
- ¡Entonces dilo!
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¡Ten el valor de decirlo!
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¡Está bien! ¡Éste no es tu sitio!
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No es mi culpa, es la tuya.
Por cómo te comportas.
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¡Siempre me he comportado así!
¡Nunca te habías quejado!
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¡Es malo, sucio, y lo odio!
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¿Lo odias?
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Es a mí a quien hablas, muñeca.
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A mí, no a Ziegfeld. ¡Te conozco!
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Estabas allí conmigo.
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Trabajabas para mí, pedías más,
no importaba que fuera malo y sucio.
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Puede que sí,
pero no quiero que esto continúe.
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- Lo supe esta noche cuando...
- ¿Esta noche?
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Esto empezó en cuanto llegamos.
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En cuanto llegamos a ese teatro apestoso.
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Viste cómo me trataban...
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esos bromistas de Nueva York,
como si no fuera nadie.
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Como un don nadie, sin ningún derecho.
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No dije nada. Esperé.
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Esperé a que les pararas y dijeras:
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"Está conmigo. Estamos juntos".
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- No podía.
- ¡Sí que podías!
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Yo lo habría hecho por ti.
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Pero nunca abriste la boca.
Como si no me debieras nada.
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¡Te escapaste!
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Desde el primer día que te vi...
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he intentado ayudarte. Pero está bien.