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Querida Verónica,
así no se puede seguir.
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Todo el tiempo estás nerviosa y
quisquillosa.
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Dime, ¿qué puedo hacer por ti?
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Desaparecer para siempre
de este mundo.
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Sí, si, entre...
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¡Entre!
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Mark, perdone por mi irrupción.
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No diga así, es un placer para
nosotros. Quítese el abrigo, por favor.
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Los alemanes avanzaron hasta el
Cáucaso. ¿Leyó esa noticia?
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Sí, es horroroso.
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No importa, ¡ya les mostraremos
quién somos!
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Por favor, acérquese aquí,
entre en calor.
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¡Qué cómodo viven ustedes!
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Pues mi esposa e hijos viven en
Tashkent, vivo como un vagabundo.
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- Buenos días, Verónica.
- Hola.
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- Mi cielito, ¿a dónde vas?
- Al hospital, que estoy de guardia.
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Abrígate bien, que hace mucho frío.
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Admiro a su esposa, que
persona más natural...
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Seguro que esta feliz con usted.
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- Hoy le buscaba en la Filarmónica...
- ¿Habrá un concierto?
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No. ¿Irá usted por la tarde a la
celebración del santo de Antonina?
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Es probable.
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- ¿Qué regalo le llevará?
- ¿Qué puedo regalarle?
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La guerra... Sí, estamos en guerra.
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Claro que no es algo lujoso,
pero si le amarra algo arriba,
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Antonina Nikolaevna se pondrá
contenta.
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¡Que maravilla! ¿Cuánto cuesta?
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- Que tontería, ya ajustaremos las cuentas.
- Muchas gracias.
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Mark, deseo pedirle algo.
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- ¿No hay nadie allí arriba?
- No.
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¿No pudiera conseguir ciertos
medicamentos en el trabajo de
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Fiodor Ivanovich?
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¡Bravo, Irina! Va a vivir.