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- Ha sido muy descuidado, Sr. Wormold.
- No había nada de importancia en ellos.
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Eso pensaba yo.
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Si no, no habría aceptado
trabajar para ellos.
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- ¿Quiénes son ellos?
- No te dan su tarjeta.
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Los que destrozaron mi laboratorio
y me robaron los papeles.
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Si hubieran informado a la policía,
podrían haberme deportado.
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¿Cómo iba a saber
que lo que decodificaba era cierto?
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Usted me dijo que me lo inventara
y eso hice.
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Por lo que a mí respecta,
Montez es una invención.
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Pues se lo inventó muy bien.
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Para mí no era más real
que un personaje de ficción.
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Su nombre y su profesión
eran bastante reales.
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Negaron trabajar para usted.
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Le ofrecieron mucho dinero
si se cambiaba de bando.
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También ellos querían fotografías
de las construcciones de las montañas.
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- No hay tales construcciones.
- Eso creía yo.
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Pero el servicio secreto británico
no se da por vencido fácilmente.
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Y tampoco los demás.
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¿Por qué continuó con la farsa?
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Ni siquiera sé...
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por qué escogí el nombre de Montez.
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Le habría prestado dinero. Se lo ofrecí.
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- Necesitaba mucho más.
- Matar a un hombre no es tan difícil.
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Pero para salvar a un hombre
hacen falta seis años de estudio...
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y aun así no estás seguro.
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No hay ni un paciente
que esté seguro de haber salvado.
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Pero sí que conozco al hombre que maté.
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¿Porqué se viste de soldado?
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No iba con esto cuando maté a un hombre.
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Iba vestido de médico y leía a Charles Lamb.
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Sr. Wormold, quiero que le identifiquen.
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Hola, Teresa.