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Abrí la Biblia y leí el salmo 18.
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"El Señor es mi roca y mi fortaleza".
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"El Señor es mi fortaleza".
¿Oís eso? El Señor.
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- Alabado sea el Señor.
- El Señor es mi roca.
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A la mañana siguiente
entré en una tienda.
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"¿Qué vende hoy?
¿Aspiradoras chapadas en oro?"
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"No. Ésas puede encontrarlas
en los grandes almacenes,
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y más baratas,
pero nuestras tostadoras son mejores".
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Se sentó y me hizo
el mayor pedido del año.
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Aleluya.
:35:32
¿Me oyes, Señor? Gracias, Señor.
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Yo no vendí nada, Señor.
Lo hiciste tú. Gracias.
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Aleluya.
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Cuando les conté a mis amigos
que acudía a Jesús, se rieron.
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Pero la hermana Falconer no se rió.
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Dijo: "Anda, hermano.
Muéstrales el infierno".
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Os mostraré el infierno
del que habla la Biblia
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y, si no os gusta, quejaos al Señor
porque fue Él quien lo puso ahí.
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Escuchadme, pecadores.
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No podéis orar al Reino de los Cielos
y jugar a las cartas. Y tú, hermana,
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no cantes salmos y mires a Dios
a través de una jarra de cerveza.
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Y tú, hermano,
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no puedes ir a misa los domingos
y estafar en los negocios del lunes.
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Volvemos donde tú estás, Dios.
Volvemos a la antigua religión.
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¿Qué es la religión?
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La religión es el amor.
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Y el amor es el lucero
del alba y de la tarde.
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El amor, la eterna melodía gloriosa.
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El amor. No el amor carnal,
sino el amor divino.
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¿De dónde viene ese amor?
Viene directamente de Dios.
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Admito que no soy tan listo
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como uno de esos intelectuales,
escritores listillos y agitadores.