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Pero a la larga, al acercarse el trabajo
a su conclusión,
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nadie fue admitido
en el torreón,
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pues el pintor había enloquecido
con el ardor de su trabajo,
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y raramente apartaba sus ojos
de la tela, ni siquiera para mirar
el semblante de su esposa.
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Y no quería ver que los colores
que extendía sobre la tela
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los arrancaba de las mejillas
de la que posaba a su lado.
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Y cuando varias semanas hubieron
pasado, y poco quedaba por hacer,
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excepto una pincelada sobre la boca
y un color sobre el ojo,
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el espíritu de la dama
tembló de nuevo
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como la llama en el casquillo
de una lámpara.
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Y entonces la pincelada fue dada,
el color fue puesto;
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y, durante un momento, el pintor
permaneció en trance
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ante la obra que había elaborado;
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pero al instante siguiente, mientras aún
miraba, se tornó trémulo y muy pálido,
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y gritando con una voz chillona:
"¡Esto es, en efecto, la vida misma!",
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se volvió repentinamente para mirar a
su bienamada...:
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¡Estaba muerta!..."
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Yo querría ir al Louvre.
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No, ¡me aburre mirar cuadros!
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¿Por qué? Arte y belleza son vida.
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Te adoro.
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Te amo.
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¿Por qué no te vienes a vivir conmigo?
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Sí, le diré a Raoul que se acabó.
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Déjame ponerme el abrigo, al menos...
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No te hagas la loca.