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Mírelo a mi manera. ¿Yo qué soy?
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Dígame, ¿yo qué soy?
Un pobre indigno, eso es lo que soy.
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Piense lo que significa para un hombre.
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Significa enfrentarse constantemente
con la moralidad de la clase media.
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Cuando puedo sacar algo por ahí
lo pido y siempre me dicen lo mismo:
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Eres indigno, no te lo mereces.
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Pero mi necesidad es tan grande como
la de las viudas dignas que sacan dinero...
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de seis asociaciones de caridad
por la muerte de un solo marido.
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No necesito menos que un hombre digno,
necesito más.
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No como menos cantidad que él y bebo...
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mucho más.
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Le estoy diciendo la verdad.
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No pretendo ser respetable.
No, soy indigno...
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y quiero seguir siéndolo.
Me gusta, ésa es la verdad.
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¿Se van a aprovechar
del fruto de un hombre,
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le van a robar el precio
de su propia hija, a la que ha criado,
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alimentado y vestido
con el sudor de su frente...
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hasta que ha crecido lo suficiente
para interesar a dos caballeros?
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¿No es razonable cinco libras?
Planteo la pregunta.
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Y la dejo en sus manos.
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Pickering, si nos ocupásemos
de este hombre durante tres meses,
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podría elegir entre un escaño
en el Gobierno o un púlpito en Gales.
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-Más vale que le demos cinco libras.
-Me temo que hará mal uso de ellas.
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No, jefe, ayúdeme, no lo haré.
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Una buena fiesta para mí y mi señora,
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un poco de alegría para nosotros
y trabajo para los demás.
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Y una satisfacción para ustedes
porque se ha aprovechado.
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No lo habrían gastado mejor.
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Resulta irresistible. Que sean diez.
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Mi señora no sería capaz de gastarse diez.
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Diez libras es mucho dinero.
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Eso hace prudente al hombre,
y adiós felicidad.
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No, deme sólo lo que le pido, jefe.
Ni un penique menos, ni uno más.
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No sé si debería apoyar esta inmoralidad.