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Así pues aquí acaba mi penitencia.
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Pero ¿cómo habéis sabido eso?
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Me lo contó López Suárez.
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El mercader de Cádiz.
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¿Pero cómo sucedió?
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Busqueros eligió
la ventana equivocada.
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¿Busqueros?
¡Ah, Busqueros!
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No le conozco,
pero pedidle que venga.
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Me gustaría saber más.
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¿Qué creéis?
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La dama que os dio un pañuelo...
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- ¿Sentirá devoción aún por mí?
- Sin duda
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Adiós entonces.
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Me concentré en encontrar
a aquel entrometido,
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conocido en todo Madrid.
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Por favor,
no os detengáis ahora.
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Permitidme, señora, concederle
unos momentos a este hombre.
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Frasquita le contó su historia a Busqueros,
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él se la contó a López Suárez,
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quien a su vez se la contó
al Señor Avadoro.
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Es cómo para volverse loco.
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Todas estas aventuras
comienzan de forma sencilla.
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El oyente cree
que todo acabará en pronto,
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pero una historia crea otra,
y después otra.
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Es como los cocientes, que pueden
ser divididos indefinidamente.
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Soy capitán de la Guardia,
no filósofo.
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Vuestras matemáticas son
sólo números muertos.
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Señor, el cero, más y menos uno,
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le concedieron a Arquímedes y
a Newton el poder de los dioses.