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¡Don Diego!
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Me gusta.
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¡Está de más decir que el Conde
Peñaflor era sólo una invención
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para asustar a mi marido y
hacerle ir en peregrinación!
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Los escribanos de la justicia, así como
los sicarios, cobraron su parte.
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Ahora comprendo lo de
"la horripilante cabeza".
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Y comprenderéis porqué os
confundí con otra persona.
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¡Ya basta!
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¡No he terminado aún, señor!
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¡Más tarde!
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Mis obligaciones me reclaman.
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¿Queréis ofenderme, señor?
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Sí, ya que no hay otra manera de
librarme de vos.
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Vuestro padre estaría contento.
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Bien.
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¿Por dónde iba?
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Esa misma noche,
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me encontré en unas circunstancias
totalmente diferentes.