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y Dickie Attenborough,
de quien me hice amiga en Taiwan
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y de quien aún sigo siéndolo,
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estaba trabajando
en la financiación de Gandhi,
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25 años antes de que finalmente cuajara.
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Lo conocí, lo cual fue una dicha.
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Dickie tenía buenas relaciones
con todo el mundo,
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no había nadie que tuviera
una mala relación con Dickie.
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Es imposible no llevarse bien con él,
es la persona más encantadora que hay.
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Al mismo tiempo, hay tanta
riqueza personal debajo del encanto,
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que infunde un tremendo respeto.
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Estaba en la ciudad y, a pesar de ser inglés,
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estaba trabajando para alguien del cine...
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Me gustó la idea, y es un buen actor.
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Hice que Tom Middleton
le ayudara con su acento,
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le enseñara a que sonase
más americano, no inglés.
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Por entonces ya hablaba
de su película: Gandhi.
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Richard Attenborough y yo
nos hicimos amigos en Taipei.
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Todos intentábamos remediar
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nuestra propia claustrofobia
de una manera o de otra,
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algunos más productivamente que otros,
y él empezó una colección de arte.
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Al mismo tiempo,
ardía en deseos de dirigir Gandhi.
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Era el principio de la gestación de Gandhi,
y Robert Bolt era el guionista.
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Al final, nunca consiguió el capital
suficiente para rodarla con ese guión,
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pero me pidió que hiciera el papel
de Margaret Bourke-White en Gandhi.
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Dickie Attenborough
es uno de esos tesoros nacionales