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de Rusia a los hombres más ineptos
para llevar tu gobierno.
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- ¿Quieres una taza de té?
- Ya he tomado té.
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He intentado entenderte, pero no lo consigo.
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- A veces me equivoco al juzgar a los hombres.
- ¿A veces?
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¿Cómo puede alguien cometer tantos errores?
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- ¿Por qué paraste la campaña de Austria?
- Nuestras bajas fueron terribles.
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¿Y no lo sabías antes de empezar?
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Las del enemigo fueron mayores.
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Madre, ¿qué sabes tú de estrategia?
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¿Sabes tú algo?
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¿Además, qué haces aquí?
No hay un frente de batalla en 800 kilómetros.
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- Es importante que esté aquí.
- Tu puesto está en Petersburgo.
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¿No te has enterado de los disturbios,
los escándalos y el hambre?
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Odian a tu mujer.
Creen que es una espía alemana.
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¿Cómo puedes dejar que esa estúpida
arruine tu país?
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No metas a Sunny en esto.
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Alguien tiene que abrirte los ojos sobre ella.
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¿No puedes pensar en nadie más?
¿Ni siquiera en el resto de tu familia?
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¿No puedes pensar en Rusia?
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- Ojalá viviera tu padre.
- ¡No me compares con él!
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Él sí supo ser zar.
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Habría arrasado Viena y acabado
con los alemanes y los huelguistas.
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Cualquier cosa con tal de traer la paz a Rusia.
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Y desde luego habría sabido
encargarse de Rasputín.
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- Es un hombre de Dios.
- ¿Eso crees?
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Hace milagros. Salvó la vida de mi hijo.
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- ¿Crees en eso, Nicky?
- Sunny sí.
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- Ella le necesita.
- ¡Hazle ahorcar!
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No deseo mal a nadie,
pero si no lo haces morirán muchos rusos.
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No puedo.
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- Al menos envíale a Siberia.
- No puedo.
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Va a destruirnos.
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Millones de seres sufrirán...
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y todo porque no sabes decirle que no
a tu mujer.
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- Está en manos de Dios.
- ¡Ésa no es respuesta!
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- ¿Crees que no veo lo que está pasando?
- Pues actúa. Vuelve a casa.
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Ahorca a ese hombre, manda a Alexandra
a Livadia y afronta el problema real.