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No creo en los presentimientos.
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Tampoco temo a los agüeros.
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No esquivo la blasfemia
ni el veneno.
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La muerte no existe.
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Inmortales son todos.
Todo es inmortal.
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No hay que temer a la muerte
ni a los diecisiete
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Ni a los setenta...
Sólo hay luz y realidad.
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No hay oscuridad ni muerte
en este mundo.
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Ya estamos todos en la costa
del mar.
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Soy de los que recogen las redes
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Cuando en cardumen
viajala inmortalidad.
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Vivid en la casa y la casa existirá.
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Llamaré a cualquiera de los siglos,
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Entraré en él y en él construiré
mi hogar.
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Por eso a una misma mesa
vuestros hijos
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Y a vuestras esposas conmigo están
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Y es una para el nieto y el abuelo:
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el futuro hay, ahora, se consumará.
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Y si mi mano levanto
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Los cinco rayos con vosotros
quedarán.
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Cada día del pasado yo sostuve
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Con mis clavículas y mi voluntad.
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Medí el tiempo con cadena de apear
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Y lo atravesé como si fuera
el río Ural.
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Mi siglo a mi talla escogía.
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Ibamos al sur, pendía el
polvo en la estepa.
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La hierba malolía,
el grillo traveseaba,
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Tocaba las herraduras con
su antena y predecía...
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Mi muerte, como un monje, presagiaba.
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Até mi destino a la silla de montar.
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Y ahora estoy en los futuros siglos
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Y me levanto cual niño
en los estribos.
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Me basta con mi inmortalidad
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Para que de siglo en siglo
mi sangre corra.
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Por un rincón con lumbre
y bondad