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Qué ojos tan risueños, vecina.
Nunca la había visto así.
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Los soldados son buenos mozos...
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-Sus ojos brillan aún.
-¿ Y qué?
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Lleve los suyos al judío
para que se los pula.
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Quizá les saque brillo
y pueda venderlos.
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Señora, yo soy
una persona honesta,
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pero usted les ha mirado
con el mayor descaro.
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¡Bruja! Ven, mi niño.
Que digan lo que quieran.
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Eres hijo de una perdida,
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pero alegras a tu madre
con esa cara de pícaro.
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¿Quién va?
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¿Eres tú, Franz?
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-Entra.
-No puedo, han tocado a retreta.
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-¿Las has cortado para el capitán?
-Sí, Marie.
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¿Qué te pasa?
Te veo alterado.
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Ha vuelto a ocurrir.
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Salía una humareda de la tierra
como la de una chimenea.
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Me ha seguido
hasta las puertas de la ciudad.
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¿Qué será?
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Hasta luego.
He vuelto a ahorrar.
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Qué hombre.
Está como ido.
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No ha mirado a su hijo.
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Enloquecerá de tanto pensar.
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¿Por qué estás tan callado?
¿Tienes miedo?
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¿Cómo es posible?
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Un hombre decente.
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Tú.
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Tú.
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-¿Qué sucede, doctor?
-Lo he visto.
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Has orinado en la calle,
en la pared como un perro.