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-¡Claude!
-Sabine, ¿qué haces aquí?
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-Pues rezar.
-Vaya, ¿te ha dado por ahí?
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Sí, ya ves, he cambiado. ¿Y tú?
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Rezaba. A mi manera.
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¿A tu manera? Si no crees,
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no pides nada.
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Se puede rezar sin creer ni pedir.
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Miraba las vidrieras.
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¿Y tú? ¿Pides?
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Pues sí.
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¿No te va bien?
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Sí, me va muy bien.
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-Bueno, te dejo.
-Ya me iba a casa.
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-¿Tienes coche?
-No, lo tiene mi mujer.
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-¿Te llevo?
-No voy en tu dirección.
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Tengo tiempo.
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No quisiera comprometerte.
Tu mujer no está.
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Los vecinos tampoco.
A estas horas no hay nadie.
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-De todos modos, tiene confianza.
-¿Confianza de verdad?
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-Desde luego.
-No te critico, lo apruebo.
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¿Sabes? Es posible que me case.
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-¿Con tu pintor?
-No, con un abogado.
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-¿De París?
-Sí.
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-¿Y qué vas a hacer?
-Pues casarme.
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-No, me refiero a profesionalmente.
-Ama de casa.
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-¿Es rico?
-Ni idea.
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Bueno, sí, seguramente.
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Si gana lo suficiente para dos,
¿para qué voy a trabajar?