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Me recuerdan a mi infancia.
Tenía una caja de madera
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llena de ladrillos de juguete.
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Podían ser lo que yo quisiera.
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Eso es lo que más me gusta:
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La silla. La mesa.
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La pantalla.
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El escenario.
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Los focos.
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Los actores con su ropa de calle.
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Los movimientos.
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Las voces.
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Las caras.
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El silencio.
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La magia.
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Todo se representa.
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Pero nada es real.
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Aburrido, Anna. Aburrido.
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Me encantan estos teatros viejos.
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Son como violines:
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lnfinitamente sensibles,
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refinados,
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definitivos.
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Pero nos atraen.
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Palabras, actores, público,
eso es lo que necesitas.
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Es lo que se necesita para
que ocurra el milagro.
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Es lo que creo,
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mi más firme convicción,
sin embargo, jamás la sigo.
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Estoy demasiado atado
a este depravado,
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polvoriento y mugriento instrumento.
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Así son las cosas,
y siempre han sido así.
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Una vez dijiste que actuar
es un tema moral.
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Suena horrible. Mi tutor dividía
a los actores en dos categorías:
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Los que deben entrar
y los que deben salir.
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Me parece injusto.
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No es injusto,
pero tampoco es justo.