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que asustaron al cielo en Agincourt?
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¡Oh, perdón!
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Dejad las cifras de este gran número
al trabajo de vuestra imaginación;
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porque son vuestros pensamientos
los que vestirán a nuestros Reyes,
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los llevarán aquí y allá
saltando sobre el tiempo,
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vertiendo el logro de muchos años
en un vaso de una hora.
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¡Para tal suplencia,
permitidme ser el Coro en esta historia,
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quien, a modo de prólogo,
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os ruega vuestra humilde paciencia,
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que escuchéis con atención
y juzguéis con amabilidad...
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nuestra obra!
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Milord, os lo digo:
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es el mismo proyecto
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que en el reinado del último rey casi
se aprueba en contra de nosotros.
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Pero, ¿cómo, Milord, lo resistiremos ahora?
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Debemos reflexionar.
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Si se aprueba, perdemos la mejor mitad
de nuestra posesión.
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Pero, ¿cómo impedirlo?
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El Rey está lleno de gracia
y buena voluntad.
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Es un sincero amigo de la Santa Iglesia.
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El curso de su juventud no lo prometía así,
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por su afición a las banalidades.
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Sus horas llenas de desórdenes,
banquetes, deportes
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y nunca se advirtió en él estudio alguno.
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Pero, Milord,
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¿cómo mitigaremos ese proyecto
reclamado por los Comunes?
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¿Se inclina por él Su Majestad o no?
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Parece indiferente,
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o más bien se inclina hacia nuestro lado,
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porque le he hecho una oferta a Su Majestad
relativa a Francia...