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Que sea castigado, Soberano,
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que su ejemplo no engendre más de su clase.
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Dejadnos ser misericordiosos.
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Podéis serlo, Majestad, y aun así castigar.
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Mostraréis gran clemencia si le dejáis vivo
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después de un buen correctivo.
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Vuestro excesivo amor
por mí es grave oración
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contra ese pobre miserable.
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Si no cerramos los ojos
a las pequeñas faltas
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procedentes de la intemperancia,
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¿cómo los abriremos
cuando crímenes capitales,
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masticados, tragados y digeridos
se presenten ante nos?
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Así pues, liberaremos a ese hombre
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aunque Cambridge, Scroop y Grey,
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en su afectuoso desvelo por nosotros,
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lo habrían castigado.
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Y ahora a nuestros asuntos franceses.
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¿Quiénes son los últimos comisarios?
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Yo soy uno, Milord. Vuestra Alteza
me lo ha ofrecido hoy.
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- A mí también, Milord.
- Y a mí, mi Soberano.
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Richard, conde de Cambridge,
aquí está la vuestra.
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La vuestra, lord Scroop de Masham
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y, señor caballero Grey de Northumberland,
la vuestra.
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Leedlas
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y sabed
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que sé de vuestra valía.
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Milord de Westmoreland, tío Exeter,
embarcaremos esta noche.
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¿Qué sucede, caballeros?
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¿Qué veis en esos papeles
que os mudan el rostro?
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Confieso mi falta y me someto
a la clemencia de Vuestra Alteza.
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A la cual todos apelamos.
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La clemencia que estaba presta en nos,
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por vuestro propio consejo
está suprimida y muerta.
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¡No debéis, por vergüenza,
hablar de clemencia,
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pues vuestras propias razones
se vuelven contra vos
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como perros contra sus amos, acosandolos.