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porque siendo súbditos del Rey
ya sabemos bastante.
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Si su causa fuese injusta,
la obediencia debida al Rey
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nos absuelve de culpa.
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Pero si la causa fuese injusta,
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el propio Rey tendría una pesada
cuenta que saldar
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cuando todas esas piernas, brazos
y cabezas cercenados en la batalla
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se reúnan en el Juicio Final y griten:
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"¡Morimos en tal lugar!"
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Unos jurando,
otros llorando por un cirujano,
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otros por sus esposas
dejadas en la pobreza,
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otros por las deudas que dejan,
otros por sus hijos desvalidos.
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Temo que pocos de los que mueren en batalla
están en gracia,
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porque, ¿cómo pueden disponer
caritativamente de nada
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cuando la sangre es su argumento?
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Pues si esos hombres no mueren en gracia,
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será un negro asunto para el rey
que los haya llevado a ello.
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Si un hijo
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enviado a comerciar por su padre
se conduce criminalmente en el mar,
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la imputación de su maldad, según vos,
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debería serle impuesta
al padre que lo envió.
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Pero esto no es así.
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El Rey no debe responder
del fin particular de sus soldados
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ni el padre de su hijo;
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porque sus propósitos no son sus muertes,
sino sus servicios.
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Además, no hay rey,
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por intachable que sea su causa,
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que pueda defenderla
sólo con soldados sin mancha.
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El deber de todo súbdito es el del Rey,
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pero el alma de todo súbdito
es suya propia.