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Durante las clases te encantaba
mirar por la ventana.
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Las ventanas eran muy altas...
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con paneles hechos
de vidrio biselado...
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excepto por las dos de más arriba...
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las que la maestra podía abrir con
un palo largo con un gancho en la punta.
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Siempre te las ingeniaste para sentarte
en un pupitre del que podías mirar...
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los movimientos de las copas
de los árboles y de las nubes.
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Con una sola excepción.
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Fue ahí que decidiste crecer...
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a toda costa, lo antes posible.
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Querías ser un arquitecto...
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y construir escuelas
totalmente de vidrio...
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que pudieran rotar para seguir
la dirección del sol...
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y por la noche,
cuando los niños dormían...
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las maestras pondrían la escuela
en la posición del comienzo.
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Cuando cumpliste 1 4 años...
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te enamoraste perdidamente...
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de una niña llamada Milda Kosewort.
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Ah, sí.
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Sí.
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Lo recuerdo.
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¿Y qué ocurrió después?
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¡Hanna, vamos!
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¡Vamos, Anton!
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Nosotras no bajaremos, Konrad.