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Sé muy bien quién es. Es el Sr. Antonio.
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No lo soy.
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Os reconozco por cómo mueve la cabeza.
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- Le digo que no lo soy.
- Vamos, vamos.
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¿Creéis que no os conozco
por vuestro agudo ingenio?
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¿Es que pueden disimularse las virtudes?
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Sí que es usted.
La gracia se delata y tiene un final.
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- Quisiera gustaros.
- Pues yo no.
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- Tengo muchos defectos.
- Cuenta.
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Rezo en voz alta.
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¿No me vais a decir quién os lo dijo?
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No.
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- ¿Ni quién sois?
- Ahora no.
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Así que soy desdeñosa
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y mis agudezas las extraigo
de los Cien cuentos alegres.
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- Eso lo ha dicho el Sr. Benedicto.
- ¿Quién es?
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- Seguro que lo conoce muy bien.
- Yo no, créame.
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- ¿Nunca os ha hecho reír?
- Os ruego que me digáis quién es.
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Pues es el juglar del príncipe.
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Un torpe bufón.
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Su única cualidad es la de difamar
de forma inconcebible.
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Sólo los libertinos se deleitan con él,
pues les agrada y les enoja al tiempo.
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Al final se ríen de él y le pegan.
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Seguro que se haya en esta flota.
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Ojalá venga a abordarme.
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Cuando conozca a ese caballero,
le diré todo lo que decís.
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Hacedlo.
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Hacedlo.
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- Sigamos a los que van delante.
- En todo lo bueno.