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- Os equivocáis, anciano.
- ¡Lo probaré en vuestro cuerpo!
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¡Atrás, no quiero nada con vos!
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¿Os atrevéis a rehuirme?
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¡Vos matasteis a mi hija!
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Si me matáis a mí, muchacho,
mataréis a un hombre.
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Nos matará a los dos y a más, pero no
se trata de eso. Que mate a uno primero.
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A azotes repeleré vuestra esgrima.
Así lo haré como caballero que soy.
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Calmaos.
Bien sabe Dios que amo a mi sobrina,
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y que está muerta
calumniada por villanos,
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embusteros, petimetres, fanfarrones
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que mienten, adulan, befan,
desacreditan y calumnian.
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- Hermano...
- No te compete.
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Yo me encargo de esto.
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Caballeros, no queremos agotar
vuestra paciencia.
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Siento de corazón
la muerte de vuestra hija,
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pero no fue acusada de nada
que no fuera cierto y probado.
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- Señor, señor...
- No quiero oíros.
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¿No?
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Vamos, hermano. ¡Se me oirá!
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Y tanto, o a alguno le pesará.
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Aquí viene el hombre al que buscábamos.
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- Decid, señor, ¿qué nuevas hay?
- Buenos días, señor.
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Por poco llegas para ver una riña.
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Por poco no nos arrancan las narices.
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¿Podría hablaros a solas?
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Eres un villano. Y no bromeo.
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Lo mantendré como queráis
y cuando queráis.
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Satisfacedme o declararé
que sois un cobarde.
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Habéis matado a una dulce dama
y os va a costar muy caro.
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Hasta la vista, muchacho.
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Ya sabéis lo que pienso.