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Y él a usted.
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No lo creo. No.
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¡Entonces era un tonto!
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Me cae mejor ebrio.
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- Hace bien hablar sobre él.
- Sí.
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¿Pero es por eso
que vino hasta aquí?
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No. No sólo por eso.
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Dijo que había
unos asuntos inconclusos.
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Así es.
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¿Pero cómo puedo ayudarlo, Anton?
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Quizás no sea nada.
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Pero tal vez sea...
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la clave de él.
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Quizás tengan razón y debiera
olvidarlo. Pero no puedo.
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Es imposible para mí.
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¿Pero por qué?
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Fue esa condenada sonata.
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La Kreutzer.
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En esa época, yo tenía ambiciones
de una carrera musical.
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Había ido a Viena a estudiar
y tuve la suerte...
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de que Schuppanzigh
me aceptara como su alumno.
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El y George Bridgetower,
el famoso virtuoso de Africa...
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estaban por estrenar
esta nueva sonata de Beethoven...
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en la casa del Conde Razumovsky
esa noche...
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y me permitieron
asistir al ensayo.
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Fue ahí que se plantó
la semilla de un misterio...
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que me acosa hasta el día de hoy.
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¿Te gusta?
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No puedo oírlos...
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pero sé que la están estropeando.