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En Marsella, se amontonan
los muertos por las calles.
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La gente se ha vuelto loca.
Todos gritan y se persiguen.
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Dicen que es por las moscas.
Me río yo de sus moscas.
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Ojalá. En Saint-Cyrice,
cayó una Iluvia de sapos...
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y, en Motte, un perro se puso
a recitar el catecismo.
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- Espere.
- ¿Qué hace?
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- Deje eso, le estorbará.
- Vamos.
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Ahí están. Veo luz.
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- Bueno, yo les dejo. Buenas noches.
- No.
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- No me toque con sus miasmas.
- No le toco.
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- Venga, aún no ha acabado.
- Ya no me necesita.
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- Usted se queda.
- ¿Por qué?
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- Porque sí.
- ¿Teme que le robe los caballos?
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- Por ejemplo.
- Lo que hay que oír.