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Le echo de menos.
No es que no me Io pase bien.
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Sabrina, ¿te importaría si...
apagamos esto?
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- ¿Por qué?
- Bueno...
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- ¿No Ie gusta?
- Me gustaba en otros tiempos.
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AIgunas canciones
también me traen recuerdos.
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¿La amaba?
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- Preferiría no habIar de eso.
- Lo siento.
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No tiene importancia.
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Es tan extraño pensar
que se enamoró de una mujer.
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Yo siempre pensé que estaba soIo.
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Ningún hombre se queda soIo
por propia eIección.
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De niña, soIía mirarIe
desde Ia ventana deI garaje.
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Entrando y saIiendo,
siempre con su sombrero negro,
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con una cartera y un paraguas.
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Pensaba que no pertenecería a nadie,
que nunca Ie querría a nadie.
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Oh, sí, eI hombre de negocios
frío y caIcuIador en su despacho.
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Con hieIo en Ias venas,
y cinta de teIetipo en su corazón.
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Y sin embargo un día,
eI mismo hombre de negocios,
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desde Ia pIanta de un rascacieIos,
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abre Ia ventana,
saIe aI baIcón,
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se queda ahí durante tres horas,
preguntándose... si debería saItar.
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- ¿Por eIIa?
- No, ésa fue otra mujer.
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Sabrina,
¿te resuIta difíciI creer
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que aIguien quiera acabar con todo
por motivos sentimentaIes?
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¡CIaro que Io creo! Fue por motivos
sentimentaIes por Io que yo...
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Yo fui a París a oIvidar todo.
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Quizá debería irse a París.
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A mí me sirvió.
¿Ha estado aIIí?
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Oh, sí. Una vez.
Estuve unos 35 minutos.