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Asciende Tamora a la cima del Olimpo
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a salvo de todo riesgo...
tanto del rayo como del trueno...
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y lejos del alcance
de la pálida envidia.
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Cuando el dorado sol saluda al día
y el océano brilla con sus rayos...
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galopa por el zodíaco en su carro
sobre los montes más altos.
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Así es Tamora. Los honores
terrenales se rinden ante ella
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y la virtud tiembla ante su ceño.
Y Aarón...
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arma su corazón
y prepara sus pensamientos
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para cabalgar
junto a su soberana imperial
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a quien hace mucho tiene como cautiva
atada a las cadenas del amor.
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¡Aleja todo pensamiento vano!
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Brillaré vestido de oro y perlas
para servir a la nueva emperatriz.
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¿Servir, he dicho? Para embriagarme
con esta reina, esta diosa...
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esta Semiramis, esta ninfa, esta sirena
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que hechizará a Saturnino y
lo hará naufragar junto con Roma.
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¿ Qué ruidos son esos?
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Chirón, aún no tienes la edad
ni la experiencia
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para pretender lo que yo pretendo.
Y que puede serme concedido.
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Demetrio, eres tan presumido.
No me abrumarás con tu soberbia.
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Un año o dos no son diferencia.
No soy menos agradable ni agraciado.
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Y estoy tan bien dotado como tú
para merecer el favor de mi amada.