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¿Cuál era la historia que iba a contarme?
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- ¿La historia?
- La de Kritzinger.
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Sí, me contó la historia de un hombre,
un amigo al que conoce desde la infancia.
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Este hombre odiaba a su padre
y amaba locamente a su madre.
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La madre se consagraba a él.
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El padre lo golpeaba y lo humillaba.
Terminó desheredándolo.
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El muchacho se hizo adulto, y aún estaba
en la treintena cuando su madre falleció.
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La madre que lo había cuidado
y alimentado...
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...había muerto.
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El hombre se paró junto al pozo
mientras bajaban el ataúd, y quiso llorar...
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...pero las lágrimas no brotaron.
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Su padre tuvo una vida muy larga, y murió
cuando el hijo tenía más de 50 años.
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En el funeral del padre,
el hijo descubrió con gran sorpresa...
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...que las lágrimas manaban
de sus ojos a raudales.
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Gemía, sollozaba.
Parecía totalmente desconsolado.
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Perdido para siempre.
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Esa es la historia que me contó Kritzinger.
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No entiendo.
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¿No?
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Todo el sentido de su vida consistía
en odiar a su padre.
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La muerte de su madre fue una pérdida.
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Pero al morir su padre...
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...y al perder el odio su objeto...
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...la vida del hombre quedó vacía.
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Estaba acabado.
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Es interesante.
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Esa fue la advertencia que hizo Kritzinger.
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¿Qué? ¿Que no deberíamos odiar
a los israelitas?
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No, que eso no debería ser todo
en nuestra vida...
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...porque cuando ya no estén,
no tendremos un motivo para vivir.
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Esa es la moraleja.
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Yo no los echaré de menos.
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Hora de irse.
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Espero que me lleve en su avión
alguna vez.
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De acuerdo. Pero después
de que usted haya hecho bien la digestión.
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- El viernes.
- Todo estará listo.