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Te doy apenas el tiempo necesario
para buscar otro trabajo.
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Yo no quería perjudicarlo.
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Cuando vuelva el Padre Benito
ya debe haber otro sacristán.
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Ya no has ido a la fonda.
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Ni tú a misa.
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Tenemos que hablar
de mi embarazo.
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-¿ Ya le dijiste a tu mamá?
-A nadie.
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Pero no sé qué hacer.
No puedo ni pensar.
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Podrías irte a Villa Aldama.
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Te vas nueve meses
y luego lo das en adopción.
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¿Eso quieres?
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-¿ Que regale a mi bebé?
-Entiéndeme, Amelia.
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Soy sacerdote.
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No puedo poner en riesgo
mi apostolado.
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Y tú eso lo sabías
desde el principio.
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¡Pues no!
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¡Lo tendré aquí!
¡Y que se enteren de que es hijo tuyo!
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-No digas pendejadas.
-¡Porque es tuyo!
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¡Cállate, pendeja!
¡Cállate! ¡Cállate!
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Ay, perdóname.