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Mi mamá vivió exactamente tres
días más que la RDA.
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Creo que fue mejor que nunca
supiera la verdad.
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Murió feliz.
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Quiso que esparciéramos sus
cenizas a los cuatro vientos.
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Eso está prohibido en Alemania.
Tanto en el este, como en el oeste. No importa.
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Ahora flota en algún lugar allá arriba
y tal vez nos mira desde ahí.
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Nos ve como mínimos puntitos sobre
nuestra pequeña tierra.
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Así como Sigmund Jähn... entonces.
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El país que dejó mamá era
un país en el que creyó.
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Y nosotros permitimos que viviera en él
hasta el último segundo.
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Un país que nunca existió
en la realidad.
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Un país cuyo recuerdo siempre estará
ligado al de mi madre.