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Recuerdo que Bagoas
comentó en una ocasión
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que el amor esquivaba
a Alejandro tanto como,
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si no más que, encontrar
los Confines del Mundo.
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En primavera,
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Alejandro cruzó al frente
de un ejército de 150.000
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los puertos del Hindu Kush,
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rumbo a lo desconocido.
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En su sueño, era la ruta
prometida al Fin del Mundo.
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Ahora éramos un imperio móvil,
que se extendía
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a millares de km. Detrás
de nosotros hasta Grecia,
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con cocineros y arquitectos,
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médicos y topógrafos,
prestamistas y esposas,
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hijos, amantes, rameras...
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Sin olvidar a los esclavos,
esa columna anónima,
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sometida y trabajadora,
de esta nueva bestia.
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Arrasado o ampliado,
para mejor o para peor,
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ningún territorio ocupado
volvió nunca a ser el mismo.
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Aunque seguía devoto
a Roxana,
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las visitas a su tienda
disminuyeron
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cuando un año, y luego dos,
pasaron sin un sucesor,
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hiriendo el orgullo
de Alejandro.
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Los topógrafos dicen que Zeus
encadenó a Prometeo allá arriba,
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en una de esas cuevas.
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Que hay un gigantesco nido de águila
justo encima de ella.
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Supongo que baja cada noche a picotear
el hígado del pobre Prometeo.
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¿Recuerdas qué dijo Aristóteles
de estas montañas?
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Sí, lo recuerdo.
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Que cuando alcanzáramos
estas alturas, nos volveríamos
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y veríamos Macedonia
hacia Poniente,
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y el Océano Exterior
hacia Levante.