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Habría sido posible
rodar la escena en directo,
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pues el tigre era muy dócil
y sociable.
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Pero incluso si sólo existiese
una posibilidad entre un millón
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de que las cosas no pasasen
como estaba previsto,
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nos pareció inconcebible
asumir ese riesgo.
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La única excepción a esta norma
fue a petición de Guy Pearce.
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Guy necesitaba,
cosa que comprendo,
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sentir por una vez la emoción
de encontrarse sin protección
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frente a los 250 kilos de músculos,
dientes y garras
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de su partenaire, el tigre.
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Tomamos enormes precauciones.
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Rodamos el plano
una bella tarde de sol,
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un día sin viento,
con el tigre más manso,
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y después de haberle dado
doble ración de copiosa comida.
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Los domadores están
justo fuera del encuadre,
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la caravana de nuestra estrella,
el tigre,
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justo al borde de la imagen
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y evidentemente,
sólo rodamos una toma.
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Para el primer plano que sigue,
no asumimos los mismos riesgos:
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Colocamos la camisa
a un maniquí,
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maniquí que gustó
tanto al tigre que lo devoró.
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Con los años, he aprendido
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a no temerle
a las escenas técnicas.
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La labor del realizador de cine
consiste en no dejarse desbordar