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En mi pueblo nunca se conoce
a gente famosa.
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- Camarero, atienda al señor.
- Sí, una copa para el Sr. Deeds.
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- No, gracias.
- Todos los poetas beben.
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¿Cómo escribe usted poemas?
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Nos interesan mucho
los métodos de los colegas.
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¿Espera a que le llegue la inspiración
o los escribe rápidamente?
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- Bueno...
- El Sr. Morrow escribe con rapidez.
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Sí. De eso se quejan mis editores.
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- Pero sus lectores no se quejan.
- Oh, gracias.
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Sr. Deeds, ¿cómo lo hace usted?
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Bueno, yo trabajo por encargo.
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La gente me dice lo que quiere
y, entonces, lo escribo.
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¡Sorprendente!
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Vaya, eso es propio de un genio.
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¿Tiene alguna peculiaridad
a la hora de crear sus obras?
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- Bueno... toco la tuba.
- ¡Qué original!
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Llevo tocando la armónica 40 años
y nunca me ha servido de nada.
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¿No llevará una en el bolsillo?
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¿Qué? ¿Una tuba?
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No, una postal con uno de sus poemas.
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- Oh, no.
- ¿No lleva postales encima?
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Qué pena. Quería que me dedicase una.
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- Yo también.
- Chicos, un momento.
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El Sr. Deeds
podría recitarnos un poema.
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Es una idea excelente.
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No hay nada como un poeta
recitando su obra.
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¿Qué tal un poema
para el Día de la Madre?
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Exacto. Uno que resuene
en el corazón de América.
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Venga, adelante.
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Ya lo entiendo. Ya sé para qué
me han invitado. Para reírse de mí.
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- En absoluto.
- Eso es ridículo.
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- Qué susceptible.
- ¿Y qué si lo soy? ¿Pasa algo?
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Es fácll reírse de alguien
sin importar si se le hace daño.
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Sus poemas son muy buenos,
Sr. Brookfield, pero me ha decepcionado.
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Puede que yo les parezca divertido,
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tanto como ustedes
si fueran a Mandrake Falls.
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Pero allí no nos reiríamos de ustedes
porque es de mala educación.