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Jane, ¿de quién es la casa donde vivís?
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- Es tuya, Longfellow.
- Sí, es tuya.
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- ¿Pagáis alquiler?
- No pagamos nada.
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Válgame el cielo, no.
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- Nunca pagamos alquiler.
- ¿Os gusta vivir allí?
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- Oh, sí.
- Desde luego.
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Jane, hace un rato has dicho
que yo estaba poseído.
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¿Sigues pensándolo?
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Has estado siempre poseído, Longfellow.
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- Siempre.
- Está bien.
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Puede que sea así.
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Dime una cosa, Jane: ¿Quién más
está poseído en Mandrake Falls?
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En Mandrake Falls todo el mundo
está poseído, menos nosotras dos.
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Una última pregunta.
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Ahí tenéis al juez.
Parece una buena persona.
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- ¿Creéis que está poseído?
- Sí.
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Desde luego.
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No ha abordado
el asunto más importante:
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la idea, un tanto fantástica,
de repartir toda su fortuna.
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Por lo menos, admitamos
que no es nada normal.
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A eso iba, señoría.
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Suponga que vive
tranquilamente en un pueblecito
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y de pronto le caen
20 millones de dólares.
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Suponga que ese dinero
le está destrozando la vida,
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que atrae a los buitres y acaba
desconfiando de todo el mundo.
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Estaría preocupado.
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Se sentiría como si tuviera una patata
caliente en la mano y quisiera soltarla.