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Y serás lo que se te ha prometido.
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Venid a mí,
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espíritus que atendéis los
pensamientos de muerte.
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Despojadme del sexo...
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y llenadme de la cabeza a los pies
de la más terrible crueldad.
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Espesad mi sangre, cerrad todas las puertas
al remordimiento,
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que contritos sentimientos naturales
no me distraigan de mi horrendo propósito,
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ni pongan obstáculos a su realización.
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Venid a mis pechos de mujer
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y transformad mi leche en hiel,
embajadores de la muerte.
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Doquiera que estáis esencias invisibles,
ejecutáis las travesuras de la naturaleza.
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Ven, noche espesa, y trae
el lóbrego humo de los infiernos...
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para que mi ávido cuchillo
no vea las heridas que inflinge,
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ni el cielo pueda penetrar el manto de
tinieblas para gritar: "¡Alto! ¡Alto!".