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Ven, noche espesa, y trae
el lóbrego humo de los infiernos...
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para que mi ávido cuchillo
no vea las heridas que inflinge,
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ni el cielo pueda penetrar el manto de
tinieblas para gritar: "¡Alto! ¡Alto!".
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Gran Glamis, noble Cawdor, y aún más
grande, por el profético saludo.