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Esta noche, señor, daré un banquete
solemne,
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y requiero vuestra presencia.
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Disponed de mí, noble majestad.
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- ¿Vais a cabalgar esta tarde?
- Así es, mi buen señor.
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De no ser así hubiéramos solicitado
vuestra opinión en el consejo de hoy.
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Quede para mañana.
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¿Iréis muy lejos?
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Tanto, señor, como nos permita
el tiempo que queda para la cena.
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¡No faltéis al festín!
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Mi señor, no faltaré.
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Id con Dios.
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Que cada cual sea señor de su tiempo
hasta las siete de la tarde.
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Para dar a los invitados
la mejor bienvenida,
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nos quedamos solos hasta la cena.
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Hasta entonces, ¡id con Dios!
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Mi temor a Banquo se me clava hondo
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y en su regio temple reina
lo que ha de temerse.
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Grande es su atrevimiento
y, a ese ánimo intrépido,
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le suma la prudencia que guía su
valor para obrar sobre seguro.
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No existe nadie a quien yo tema excepto
a él y ante él mi genio se intimida,
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como dicen que se intimidaba
Marco Antonio ante César.
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¡Que la máquina del mundo...
se desbarate!
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Que ambos mundos se desquicien...