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No creo haber hecho
nada para darme bombo.
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Llegamos al mundo con nuestros pequeños
egos equipados de bombos individuales.
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Si no nos lo damos, ¿quién va a hacerlo?
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Aun así... una buena actuación
de una suplente, mañana estará olvidada.
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No necesariamente.
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Aun si quisiera, como usted dice,
ser menos modesta, darme bombo,
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¿cómo iba a hacerlo? Soy menos que nadie.
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- Yo soy alguien.
- Desde luego que lo es.
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Deja la puerta entreabierta...
para que podamos hablar.
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Cuando te cambies, si no tienes
otros planes, podemos ir a cenar.
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Me encantaría. ¿O debería
fingir que estoy ocupada?
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Finjamos lo menos posible.
Quiero escribir una columna sobre ti.
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No basto ni para un párrafo.
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Quizá más de uno. Hay mucho que
quiero saber. He oído parte de tu historia.
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Tu hogar en Wisconsin, tu trágico
matrimonio, tu apego fanático a Margo.
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Empezó en San Francisco, ¿no es así?
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Digo que tu adoración por Margo
empezó en San Francisco, ¿verdad?
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Así es.
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San Francisco, un oasis de civilización
en el desierto de California.
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Dime, ¿compartes mi buena
opinión de San Francisco?
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Sí, así es.
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Y aquella memorable noche en que Margo
te deslumbró por primera vez en escena,
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¿qué teatro de San Francisco era?
¿El Shubert?
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Sí, el Shubert.
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Un buen teatro, el Shubert. Lleno de tradición.
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Intacto tras el terremoto.
¿O debería decir el incendio?
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Dime, ¿cómo se Ilamaba tu marido?
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- Eddie.
- Eddie, ¿qué?
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Voy a meterme en la ducha. No le oiré.