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¡Vosotros fuera!
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¿Dime, quién eres tú?
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Yo, yo soy un grandísimo pecador.
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Quitadme el yelmo.
Nibbio, ¿dónde estás?
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Con cuidado.
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¿Es cierto que quieres traicionarnos
y entregarnos a los viterbeses?
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Yo soy un gran traidor,
indigno de todo bien.
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¿Por ventura, no querías
matarme a mí, Nicolás,
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con esa lezna y luego,
incendiar el campo?
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¿ Yo? Si yo...
soy un grandísimo pecador,
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muchas, mayores y más grandes cosas
haría si Dios no me protegiese.
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¡Si este es Junípero,
qué no será Francisco!
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¡Ves cuánta verdad
hay en estas palabras!
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Ante Dios, siempre somos más
culpables de lo que creemos.
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Primero, porque no
mostramos gratitud a Dios;
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segundo, porque poco o nada
amamos a nuestros semejantes
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y más viles y culpables seríamos
si Dios misericordioso no nos asistiese.
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No conozco este lenguaje.
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Yo tampoco. ¡Quitadme
esta coraza de encima, rápido!
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¡Ah! ¡Rápido!